jueves, 2 de octubre de 2014

Cerré la puerta del cuarto


El otro día cerré la puerta del cuarto. Iba a una reunión con amigas y estaba un poco a las corridas: me olvidé de apagar la luz de la cocina y –además- parece que cerré la puerta del cuarto. Todo esto me lo dijo Per cuando llegué a casa porque yo ni cuenta me di. Son increíbles los códigos de convivencia que se comparten con una persona, a veces sin decirlo. Con la familia se entiende porque creciste con ellos, pero con alguien más que no hace mucho que te conoce, a veces sorprende.

Y entre esos códigos de convivencia (por no llamarlas “normas” porque de quebrantarlas hay consecuencias) Per aprendió que siempre que nos íbamos de casa, la puerta del cuarto había que cerrarla. Digamos que lo “aprendió a los tumbos” porque los primeros días en Estocolmo en una ocasión “Fatiguita” aprovechó y se desquitó durante nuestra ausencia con la cama y el acolchado. Tenía esta cosa de que si se quedaba solo y con acceso al cuarto, hacía pis en la cama. No sé… será cosa de gato malcriado... pero no había ni grito ni penitencia que lo modificara.

A meses de cumplir 13 años, el 19 de julio se fue Fatiga. Y nos dejó un vacío en nuestra cotidianidad que nos raspa la garganta cada vez que lo notamos, y a veces incluso nos dibuja una sonrisa.

Ésta es una compilación de esos recuerdos cotidianos. Un homenaje al sentir, al exteriorizar la nostalgia, al aceptar el dolor por habernos permitido querer a una mascota e “invertir” sentimientos en un animal. Un homenaje in memoriam a nuestra existencia junto al que no está, porque no vamos a ser los mismos, pero será una parte de nuestra “capa metonimica de representación”.

Desde que era chiquito tenía el hábito de juntar “tesoros” que encontraba (por el depto., porque no se animaba a salir a muchos lados –a lo Jerry MCguire, era el “Rey del living ó Master del Balcón”, pero más que eso no) y después de jugar un rato con estos tesoros los dejaba en su ¡plato de comida! Sí, leíste bien, papelitos de cajas de cigarrillos que encontraba arriba de la mesa, tiritas para cerrar la bolsa del pan que estaban en la mesada, banditas elásticas, incluso algunas de mis gomitas de pelo aparecían en su plato de comida. Y últimamente detectaba muchos de mis sorbetes que usaba en mi campari con naranja. Si, yo dejaba el vaso por ahí, al otro día aparecía la pajita toda masticada en su plato de comida. Nunca supimos como hacía para sacarla de los tragos largos sin voltear el vaso largo de la mesa ni tampoco cómo hacía para detectarlas todo el tiempo... no se le escapaba una. Ahora ya no tengo a mi recolector de partículas.

Quizás porque yo era su única (“esclava” en raciocinio gatuno) distracción durante el día, cuando estábamos en Buenos Aires siempre me venía a buscar a la puerta del depto cuando llegaba a casa. Y cuando yo ya estaba adentro pero escuchaba el ascensor, miraba la puerta como si fuera a ladrarle a quien entrara. Pero en Estocolmo yo estaba bastante en casa: dormía arriba mío, se sentaba en la mesa cuando me movía, pero cuando escuchaba que Per abría la puerta, corría a recibirlo esté dormido, despierto o distraído con cualquier cosa. ¿Me habría cambiado por Per? Jajajaja eso nunca lo sabremos.

Dicen los manuales de gatos (léase Wikipedia, tampoco la pavada) que “los siameses son más perros que gatos” por una cuestión de posesión que tienen con los humanos.  Fatiga no solo venía a buscarte a la puerta, sino que también te seguía a todos lados: al cuarto, a la cocina, al balcón, al living, vayas donde vayas… Y, para ser un gato, tenía algo especial con el baño y con la ducha. En buenos aires se metía entre la cortina de la ducha, quizás x la temperatura… pero en Estocolmo cada vez que alguno de nosotros iba al baño, el gato se sentaba del otro lado de la puerta y esperaba a que saliéramos. No tenemos idea por qué. Quizás tenga algo que ver con las puertas cerradas y esta necesidad de querer tener acceso a todo que tienen los gatos. Pero salíamos del baño y lo encontrábamos sentado en la oscuridad del pasillo esperando. ¿Esperando qué? ni idea! Caminábamos hacia el living o la cocina y él nos seguía atrás después de haber esperado.

Es muy cómico ver cómo se comportan las mascotas cuando empiezan a aparecer personajes nuevos en su rutina: si se adaptan o no, si son mala onda, o qué. Con la aparición de Per, Fatiga tuvo que resignar un lugar en la cama. En Baires entrabamos los tres, pero en Estocolmo, después de varios intentos frustrados, elegía una mantita del sillón, excepto cuando lograba escurrirse en la cama cuando Per se levantaba por algo.  Resignó su espacio en la cama, pero cada vez que podía le sacaba la silla a Per en la mesa y se sentaba en su lugar en cuanto él se paraba a buscar algo. Siempre era muy cómico verlo porque nunca me sacaba la silla a mí. Se sentaba o enfrente mío o al lado pero cada vez Per se paraba a buscar la sal o algo, él se movía y le ocupaba su lugar.

A diferencia de Yatay, en Sthlm tenemos pasillos en el edificio más anchos y luminosos… e incluso un mini balconcito en el descanso de la escalera que mira hacia el jardincito “pulmón de manzana” que se comparte con el resto de los inquilinos. Fatiga había adoptado esta costumbre de salir a explorar al pasillo, refregarse un poco por las paredes, la escalera y el piso y volver al depto. A la mañana se sentaba al lado de la puerta para poder salir. O cuando llegábamos, nos esperaba del otro lado para poder “pasear” a la tardecita. Cada tanto yo me distraía o le sacaba los ojos de encima y una que otra vez lo encontré en el 2do piso o en planta baja disparando para algún lado. Pero la mayoría de las veces su coraje no pasaba más allá de la escalera, ni del balconcito y siempre que escuchaba algún ruidito o alguien subiendo, corría disparado hacia adentro de casa. A veces era muy cómico ver como un pajarito podía asustarlo.

Dicen que a los Gatos les gustan las alturas, pero ya que estoy hablando de mariconeadas del pasillo, también hay que mencionar que no le gustaba subirse a la parte alta de su super gimnasio que heredó en Suecia, y también la fobia que le tenía a la aspiradora: salía corriendo cada vez que la veía venir. Y terminaba escondido debajo de la cama para que no lo rocemos ni con el tubo ni con el cable ni con nada de nada. Cada vez que pasamos la aspiradora nos lo imaginamos revoloteando por los aires evitando el cuco aspirador.

Como las primeras semanas de Fatiga en Estocolmo parece que tenía un poco de jet-lag y no nos dejaba dormir a la noche, empezamos a adoptar los consejos de Jackson Galaxy de  “My Cat from Hell” que dice que hay que jugar mucho y cansarlos para que a la noche duerman bien-bien. Entonces incorporamos varios juguetes para probar: pelotita, uno con unas plumitas y un piolín largo para moverlo y otro con forma de pajarito que al moverlo hacia ruido tipo de pajarito. La pelotita duró lo que duró un movimiento y que termine escondida abajo del sillón o detrás de un mueble. Nunca más la encontramos. El piolín de plumas, en el primer garrotazo lo desplumó. Pero el pajarito era too much! Era la representación en vida del demonio y la aspiradora volando juntas! Porque Fatiga no lo podía ni ver. Así que ahí quedo el pajarito. Muriéndose de risa en un rincón porque el gato le daba cero bola por miedo. El UNICO juguete que lo hacía saltar, correr y juguetear como un pichicho terminó siendo un cordón de mi buzo que lo tiró tanto tanto que lo terminó sacando del buzo y ya se lo quedó. Ahora mi buzo de Portland anda sin piolín, y el piolín sin nadie que lo tironee.

El otro día cerré la puerta del cuarto y ni siquiera me di cuenta, porque mi vida con Fatiga ya estaba anclada en el subconsciente. Ésta es una compilación de esos recuerdos cotidianos y es, también, una ventana a nuestra rutina diaria actual: revuelta por la vulnerabilidad de la nostalgia y los recuerdos latentes que a veces nos completan una sonrisa.